Hoy, al filo de le las 10 de la mañana, el presidente López Obrador rendirá el tercero de sus seis informes de gobierno, y como en su nuevo libro «a la mitad del camino», ha estado mencionando que con «hechos, no palabras» -misma frase que usaron sus predecesores- implica que se han hecho cosas importantes, pero que falta tiempo para ver todas las buenas consecuencias de sus actos. Bien, veamos: la inseguridad y las muertes violentas han superado en tres años las ocurridas durante el sexenio de Calderón y Peña juntos, al rebasar las 91,000; aumentó en más de tres millones el número de pobres extremos, casi un cuarto de millón de mexicanos murieron por una pandemia cuyos efectos pudieron mitigarse; la economía tuvo la mayor caída desde la gran depresión de los años treinta, PEMEX y CFE aumentaron sus pérdidas, pese a frenar cada vez más la competencia; se han efectuado casi 40 cambios en el gabinete presidencial -más los que se acumulen ahora-, y hay una laxa persecución al crimen organizado, que según EE.UU: ya domina más del 30% del territorio nacional… Vaya, no son buenas cuentas. A cambio, se ha aumentado el salario mínimo 50% (en parte porque ya se desindexó de multas, derechos y aprovechamientos, que ahora se cobran de otra manera), se ha mantenido el dólar en niveles inferiores a los 21 pesos, se tuvo una relación tranquila con Donald Trump y el gobierno ha mantenido disciplina en sus gastos -por la vía de arruinar sus ahorros y cobrarle impuestos atrasados a grandes corporaciones-. No está mal, pero falta mucho para ser una «cuarta transformación» en la vida del país, y es una peligrosa regresión al presidencialismo autoritario de la peor época del PRI. ¡Ah! Y no olvidemos: más de 700 conferencias de prensa en que lo mismo presenta videos de Juan Gabriel que denosta enemigos, con casi 600,000 afirmaciones falsas… pero que le han permitido mantener una popularidad superior al 60% pese a todo. Alarcón en En Heraldo.