
Valiente desmadre se armó el fin de semana: La periodista de El Financiero, Lourdes Mendoza llegó a un lujoso restaurant de Polanco, y en la mesa de al lado… ¡Emilio «N» -quesque porque no se debe decir «Emilio Lozoya», por la presunción de inocencia-, el ex director de PEMEX! El señor fue implicado en el caso Oderbrecht. No estaría mal encontrarlo… salvo porque se supone que debería estar recluido en su casa (por ser testigo protegido) o, mejor aún, en prisión. Primero, salieron a decir que el tema es que no era él; lo estaban confundiendo con otra persona. Brincaron a acusar a Lourdes de que era mentira, dado que «estaba ardida porque se había acabado el chayote». Pero una vez que subió más fotos y que en una se veía hasta el brazalete… el fuego en redes se tornó en contra del fiscal Gertz, que en casi un año no le ha podido sacar «nada de jugo» a su testigo protegido, y ahora hasta presume los beneficios que tiene. Así no se puede defender lo indefendible. Y menos tratar de justificar lo que no se debe justificar. Vaya ridículo el de algunos simpatizantes del presidente defendiendo como loros lo que es imposible de creerse: «Se acabaron los privilegios» y «todo ataque de la prensa es porque extrañan el chayote». Así pasa. Alarcón en El Heraldo.
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