
Que el Caballito de Tolsá, la estatua ecuestre del emperador Carlos IV, esté afuera del Museo Nacional de Arte, no lo hizo partícipe de la boda que no fue boda. Que no se brindara en los salones que tienen cuadros de Velasco o Rivera, sino en el salón de protocolos, no puso en riesgo el arte en la boda que no fue boda. Que hubiera renunciado a su cargo público, el novio que pidió el espacio público para la boda que no fue boda no acaba con el escándalo. Que en su carta de renuncia deslinde a su jefa, y que ella misma diga que ella “no sabía que era una boda, porque no es una boda” no le ayuda a efectivamente separarse del escándalo. Solo falta ver si a Martín Borrego, su nuevo esposo no le acaba pidiendo el divorcio, tras el escándalo y por haber dicho en público que “la boda no fue boda”. A ver… Horax en Milenio.